sábado, 12 de junio de 2010

¡SI DIOS QUIERE!

¡SI DIOS QUIERE!
Este caso lo escuché hace años en mi pueblo de la infancia (Chipaque); se refiere a una pareja campesina que vive sola en su pequeña finca con sus animales, su huerta y sus animalitos.
Esto no tiene nada de raro, el asunto es que ella tenía una Fe como para mover montañas y ante todo lo que ocurría en la cotidianidad agregaba: “¡Si Dios quiere! El pobre hombre estaba aburrido de tanto escuchar el estribillo, algo así como:
-         Vieja,  esta noche va a llover.
-         Si Dios quiere.
-         La cosecha se va a dar muy bien.
-         Si Dios quiere.
-         Mañana voy a bajar al pueblo.
-         Si Dios quiere.
-         Los muchachos vienen para el día de la madre.
-         Si Dios quiere.
Esto ya no sonaba a Fe sino a cantaleta y el viejo estaba hasta la coronilla con la muletilla de su esposa. Una noche la señora despertó alertada por ruidos sospechosos y rebulló al viejo para que saliera a ver qué pasaba. El hombre, sumiso como siempre, se armó con la escopeta y, alumbrado con la linterna, fue a dar una vuelta…
Cuando regresó, le dijo sin esperar preguntas de su mujer:
-         ¡Vieja, si Dios quiere, se robaron todos los animales.

EL DUEÑO DEL BALÓN

EL DUEÑO DEL BALÓN
Carlitos era pequeño para sus diez años; para agrandar sus males usaba anteojos de vidrios gruesos y padecía de una timidez extrema. Sus amiguitos del barrio, mejor decir sus vecinos, lo llamaban para completar los jugadores de esos partidos de fútbol de potrero que realizaban en un baldío detrás de la barriada. La verdad había dos motivos para ser convocado, el primero era completar las parejas y poder enfrentar a seis contra seis.
Como siempre, Jorge y Néstor, los mejores jugadores, realizaban una especie de ritual para decidir quién empezaba a escoger. Quien ganaba escogía de primero y, por supuesto, elegía al mejor jugador, el turno correspondía al otro y así seguían turnándose hasta llegar a Carlitos, a quien siempre elegían de último.
Esta vez surgieron dificultades y las discusiones fueron subiendo de tono con partidarios de lado y lado. Los minutos pasaron y cuando, por fin, determinaron quienes conformaban los dos equipos, se dieron cuenta que Carlitos se había ido para su casa y se llevó su balón.


BUEN GUSTO DEL PERRO

BUEN GUSTO DEL PERRO
En el siguiente pueblo de mi itinerario vital (Facatativá), vivimos en un pequeño barrio a la salida occidental. En casa teníamos un enorme perro de raza indefinida pero fiel como él solo y vigilante de todos los niños del barrio. Los muchachos (esos especímenes entre los 12 y los 15 años) lo llevábamos con nosotros a todas partes porque era un gran luchador y perro que se nos atravesaba a mostrarnos los dientes era perro que se ganaba una revolcada con todas las de la ley animal y hasta una oreja desgarrada.
A nuestro perro lo querían todas las personas del barrio, los otros perros le temían y los visitantes lo miraban con respeto. Pero la señora más hermosa del vecindario odiaba al animal, nunca supimos porqué, pero la antipatía era mutua, y cada vez que ella pasaba cerca, el perro le mostraba los colmillos con ferocidad. Los chicos que estaban cerca calmaban el animal que seguía gruñendo hasta que se perdía de vista la bella señora.
Un día ella pasó sola y el perro que la ve y le muerde el trasero. Ella pegó un grito que atrajo medio barrio a ver que sucedía. En horas de la tarde llegó el esposo de la hermosa hecho una furia y armado, no solo con un revolver sino con todo el vocabulario insultante de la lengua española.
Mi padre ya sabía del suceso y estaba listo a contestar, según su forma de ser, escuchó al ofendido, le mostró las constancias de las vacunas del animal, aceptó asumir los gastos médicos y los remedios y cuando el tipo se calmó, recordando las formas esculturales de la dama y el sitio del mordisco le dijo al ofendido:
-         Señor Rodríguez, pero no me puede negar que el perro tiene un gusto excelente ¿No?